20 mayo 2014

Aquí está la tercera entrega: Libreta de Bitácora, por César Pop.

Mientras la Leiband prepara sus valijas para el inminente viaje a Argentina para presentar Pólvora, nosotros seguimos tomando prestadas sus notas personales, sus apuntes, para elaborar este diario que refleja sus pasados conciertos por toda la geografía española. Esta vez le toca el turno a César Pop, incombustible teclista de la banda.

Libreta de Bitácora. Tercera Parte.
Por César Pop.
Oviedo, Aranda. Pólvora 2014. La Gira.
Dejas las botas en el felpudo para hacer menos ruido. Giras la llave lo más despacio que puedes para amortiguar al máximo el “click” de la puerta al abrirse. Dudas un momento. El maldito parqué del pasillo es el peor de los chivatos, pero tu habitación está muy cerca. La segunda a la derecha. Podría ser peor. Avanzas despacio, maldiciendo el crujido lento que cada paso le arranca a la madera. Entras. Ya está casi hecho. De repente, escuchas a tu madre, que te dice desde su cuarto: “César, ¿qué horas son estas de llegar?”. Y tú, “no mamá, si vengo a por la guitarra…”. Y ella, “¿un Martes?… ¡¿a la una y media?!”. Pues si… Y ahí si que vas a llegar tarde. Agarras la guitarra, la metes en su funda roja de cuadros escoceses y sales de casa decidido. Abajo te esperan, y el dichoso crujido delator ya no importa. Te vas con tus amigos a cantar canciones. Eso bien vale una bronca. Y mucho más.
Tiempo después, sigo reviviendo parte de aquélla emoción triunfal cada vez que me subo a la furgoneta: me voy por ahí con mis amigos a cantar canciones. Y, si, podemos hablar de reversos tenebrosos, de caras B del rock o del éxito, de barros, de tedios y de patinazos… Pero a mi hoy me apetece resaltar lo que me gusta de este oficio. Esa chispa que sigue encendida en muchos de los que nos dedicamos a esto. La que compartimos todos los que alguna vez hemos encontrado en una canción una compañía única, necesaria, e irreemplazable.
La gira de presentación de “Pólvora” prácticamente acaba de arrancar. Todo empieza a ser de nuevo carretera, camerino y escenario. Y todo son sonrisas. Las salas se llenan. Parece que el disco está calando hondo. Cada noche que subimos al escenario, una oleada de entusiasmo nos llega desde el público, que parece haber estado esperando por esto tanto como nosotros. El espectáculo va teniendo forma. Dentro de poco más de una semana tenemos los cuatro conciertos de Madrid (cuatro Rivieras, casi nada…), y toda esta parte de la gira nos está sirviendo para ajustar detalles. Vamos cambiando el orden del repertorio, sacando unas canciones para incluir otras, creando nuevos arreglos… Ya casi lo tenemos.
Este fin de semana hemos estado en Oviedo y en Aranda de Duero. Supongo que me ha tocado escribir a mi sobre ello, en parte, porque una de las paradas de esta etapa ha sido en mi tierra. O me gusta creer que ha sido por eso. Siempre que entramos en el túnel del Negrón, me paso el rato que tardamos en recorrer sus cuatro kilómetros repitiéndome lo mismo: “Contención, César. Contención…”. Pero nada, en cuanto salimos al otro lado y rebasamos el cartel que marca el inicio de la provincia, empiezo con el anecdotario sentimental, y ya no hay quien me pare. Me emociono mucho. Y mis queridos compañeros de viaje aguantan como pueden el chaparrón del asturiano nostálgico. Bastantes veces les ha tocado ya, pobrecillos.
Por el camino, Leiva me recuerda un estribillo que me ha cantado hace tiempo en su casa.
–Joder, mola mucho –le digo.
–Mola, pero sigo sin encontrarle una estrofa.
Días antes, habíamos estado dándole vueltas juntos a una estrofa a la que yo llevaba años (si, años) tratando de encontrarle un estribillo. Habíamos avanzado algo, pero no mucho.
–Prueba con esa estrofa mía que estuvimos tocando el otro día –le dije, de coña.
–Pues a lo mejor…
Y, si. Nos pusimos a imaginar cómo quedarían mi estrofa y su estribillo, y parecía que iban bien. Parecían contar la misma historia. Faltaba llegar al hotel, sacar la guitarra y probar a juntar las piezas. Funcionó y, horas más tarde, en la prueba de sonido, la Leiband hacía sonar por primera vez una nueva canción que era fruto, de alguna manera, de la gira de “Pólvora”.
La noche en Oviedo fue larga. Demasiadas emociones juntas como para irse a dormir a una hora razonable. Con cuatro horas de sueño es suficiente. ¿O era con dos?… El caso es que recuerdo poco de lo que pasó al día siguiente en Aranda. Sólo que, por querer echarme una siesta en el hotel (dos horas no eran, para nada, suficientes), me perdí una comilona increíble en las Bodegas Neo, y que en la prueba de sonido grabamos una toma de contacto con la canción nueva, a la que aún no sabemos si llamar “El universo en llamas” o “La lluvia en los zapatos”.
Este tipo de historias que uno imagina para si mismo cuando sueña con dedicarse a la música ocurren a veces. Claro que ocurren. Es verdad, “Casi famosos” es una flipada de película que pasa por alto un montón de detalles del oficio muy significativos, pero también hay algo de real en lo que retrata. Algo que tiene que ver con la ensoñación maravillosa que provocan las canciones. Experimentarlo es un lujo, y me siento muy afortunado por ello. Claro.
Con el tiempo, uno va comprobando aquello de que la música es un oficio muy inestable. De los que dan bandazos (para bien y para mal, pero sobre todo para bien). Pero yo estoy seguro –hay unos cuantos bares por ahí que pueden dar buena fe de ello –de que
nunca me voy a cansar de irme por ahí con mis amigos a que se nos haga tarde cantando canciones. Y eso me encanta.
Feliz por seguir en esto. Feliz por estar en la carretera con mis amigos. Con la puta Leiband.
Salud!

Comentarios